Suelten a las fieras

Suelten a las fieras

Hoy mezclaron los toques consecutivos y las barridas al ras de suelo, los pases de 30 metros al pie y los tranques con la cabeza se encontraron, se dieron la mano como Laxalt y Dzyuba (o como Julio Bocca y Svetlana Zakharova) y transformaron el Samara Arena en el Teatro Bolshoi.

Hace cuatro años que un verbo dejó de pertenecernos. Hace cuatro años que esto no sucede. Hace cuatro años que los uruguayos no tenemos en las entrañas al verbo “sufrir”.
Algo está pasando. Algo pasó y está ocurriendo para que una clasificación de la selección a octavos de final no sea un motivo para salir a 18 de julio a gritar y a festejar con las caras pintadas. Para que sigamos viviendo a pesar de, para que estemos contentos pero sin grandes euforias, sin grandes sorpresas, para que, a pesar del supuesto grupo “fácil”, no nos sorprenda que Uruguay haya clasificado primero y con puntaje perfecto.

Algo pasó y está pasando para que los uruguayos estemos tranquilos. Felices y tranquilos. Para que no estemos con la calculadora sumando y restando puntos, mirando los partidos de los rivales como si fuesen propios. Algo que quizás tenga que ver con eso a lo que le venimos llamando “proceso”, con eso que empezó con Oscar Washington Tabárez. Porque, en la palabra proceso, hay algo que implica que lo que fue, sigue y seguirá siendo. 

Nadie entiende muy bien la lógica de Uruguay. Nadie, en primera instancia, puede explicar a ciencia cierta por qué, este Uruguay que ganó los dos primeros partidos del mundial con lo justo y jugando poco, ahora, hoy, contra Rusia y ya clasificado a octavos, demostró todo lo que tiene y todo lo que puede. El Uruguay de hoy fue el que queríamos ver desde que llegamos (no estamos allí, pero llegamos) a Ekaterimburgo. Fue el que nos había ilusionado en los partidos previos, el que nos hizo pensar que esta vez sí era posible. El Uruguay de hoy es el queríamos y el que vamos a querer, siempre. 

Quizás haya algo de que Rusia era el más fuerte del grupo, quizás haya algo de eso que hacemos los uruguayos de agigantarnos frente al más fuerte, o al que creemos más fuerte. Sin embargo, ya estábamos clasificados. Y jugamos el mejor partido de lo que va del mundial. Si pensamos como uruguayos, eso es casi una contradicción en sí misma. Eso, es decir, jugar bien en el partido en el que estábamos más tranquilos.
El de hoy fue un partido en el que se mezclaron los toques consecutivos y las barridas al ras de suelo, en el que los pases de 30 metros al pie y los tranques con la cabeza se encontraron, se dieron la mano como Laxalt y Dzyuba (o como Julio Bocca y Svetlana Zakharova) y dieron un espectáculo transformando el Samara Arena en el Teatro Bolshoi.

La fuerza y el toque, el empuje y la magia, el sacrificio y el posicionamiento en el campo quedaron reflejados en el pequeño cuerpo con cuatro pulmones del domador Lucas Torreira, que le dio orden a la mitad de la cancha y logró cubrirla de tal manera que a sus lados hizo salir hacia adelante a Matías Vecino, Rodrigo Bentancur, Nahitan Nandez Diego Laxalt y Martín Cáceres, como si fueran una manada de osos llenos de garra y habilidad que asistían a Suárez y Cavani.

Uruguay ya atacaba con siete jugadores y le pegaba de afuera cuando Suárez anotó de tiro libre. Y a los pocos minutos llegó el gol de Laxalt, el nuevo propietario del predio que ocupa la banda izquierda celeste. Porque el gol a los rusos fue de Laxalt igual que el 1 a 0 contra Paraguay en 2017 fue de Valverde, ningún uruguayo va a decirle “el gol de Cheryshev” aunque la FIFA se lo imponga.

Luego de ese tanto Uruguay volvió un poco al de antes, sin ser el de antes. Si estuviéramos en la cabeza de los jugadores los veríamos pensar “ya está, enfrentamos al más complicado del grupo y le estamos ganando por dos goles, estamos cómodos, no hace falta agotar las energías antes de los octavos de final”. O al menos la mayoría pensaban eso. Excepto tres de ellos: Godín, Suárez y Cavani, los tres que sabían que el “Matador” debía, necesitaba, terminar la fase de grupos con un gol.
Primero lo intentó Suárez, que hoy se transformó en el futbolista uruguayo que anotó más goles en la historia del fútbol profesional, superando a Fernando Morena. Primero le cedió un tiro libre. Luego decidió no rematar en un mano a mano y pasarle la pelota a su compañero de tantos años, sin éxito. Pero los tres referentes lo sabían, debían lograr que Cavani hiciera un gol.

Los expertos dirán que no existió asistencia. Que Godín hizo lo de siempre: saltar más alto que todos y cabecear al arco. Pero nosotros sabemos que en realidad lo asistió. Sabemos que el capitán no necesitaba hacer ese salto, pero necesitaba hacerlo para que Akinfeev diera rebote y la pelota le quedara a Cavani. Y Cavani también lo sabía, y así fue que se colocó debajo del arco, convirtió y se cumplió el deseo del capitán. No importa contra quién nos enfrentemos, porque las dos bestias están despiertas y tienen a su ejército detrás.


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